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Espiritualidad Aria, Solar o Viril


Espiritualidad Aria, Solar o Viril

Fue propia de los ârya (término sánscrito que designa a los “nobles” comprendidos como raza no sólo de la sangre, sino también y esencialmente del espíritu) una actitud afirmativa frente a lo divino. Detrás de sus símbolos mitológicos, recabados del cielo resplandeciente, se escondía el sentido de la “virilidad incorpórea de la luz” y de la “gloria solar”, es decir, de una virilidad espiritual victoriosa: por lo cual aquellas razas no sólo creían en la existencia real de una suprahumanidad, de una estirpe de hombres no-mortales y de héroes divinos, sino que muchas veces le atribuían a tal estirpe una superioridad y un poder irresistible con respecto a las mismas fuerzas sobrenaturales. En relación a ello, los ârya tuvieron como ideal característico más el regio que el sacerdotal, más el guerrero de la afirmación transfigurante que el del devoto abandono, más el del ethos que el del pathos. Originariamente, los reyes eran sacerdotes, en el sentido que se reconocía eminentemente a estos y no a otros la posesión de aquella fuerza mística, a la cual se le vincula no sólo la “suerte” de su raza, sino también la eficacia de los ritos, concebidos como operaciones reales y objetivas sobre las fuerzas sobrenaturales. Sobre esta base, la idea del regnum tenía un carácter sacral, así como también universal. De la enigmática concepción indo-aria çakravarti o “señor universal” pasando por la idea ario-iránica del reino universal de los “fieles” del “dios de luz” hasta arribar a los presupuestos “solares” de la romana aeternitas imperii y finalmente a la idea gibelina medieval del Sacrum Imperium, siempre se ha asomado en las civilizaciones arias o de tipo ario el impulso a proveer un cuerpo universal a la fuerza de lo alto respecto de la cual los Ârya se sentían como sus eminentes portadores:

En segundo lugar, así como en vez del servilismo devoto y orante se tenía el rito, concebido, repitámoslo, como una seca operación que hace descender lo divino, de la misma manera también, más que a los Santos.

Era a los Héroes que les eran abiertas, entre los ârya, las sedes más altas y privilegiadas de la inmortalidad: el Walhalla nórdico, la Isla de los Bienaventurados dórico-aquea, el cielo de Indra entre los indo-germánicos en la India. La conquista de la inmortalidad o del saber conservó rasgos viriles; allí donde Adán, en el mito semita, es un maldecido, por haber intentado tomar del árbol divino, el mito ario en cambio nos representa, a través de epopeyas similares, un final victorioso e inmortalizador en la persona de héroes, como por ejemplo Jasón, Mitra, Siegurt. Si, más en lo alto aun del mundo heroico, el supremo ideal ario era el “olímpico” de esencias inmutables, realizadas, separadas del mundo inferior del devenir, luminosas en sí mismas, como el sol y las naturalezas siderales, los dioses semitas en cambio son esencialmente dioses que cambian, que tienen nacimiento y pasión, son los “dioses-año” que, del mismo modo que la vegetación, padecen la ley de la muerte y del renacimiento. El símbolo ario es solar, en el sentido de una pureza que es fuerza y de una fuerza que es pureza, de naturaleza radiante que -repitámoslo- tiene la luz en sí, en oposición con el símbolo lunar (femenino), que es el de una naturaleza que es luminosa tan sólo porque refleja y absorbe una luz que emana de un centro que cae afuera de ella. Finalmente, por lo que se refiere a los principios éticos correspondientes, son característicamente arios el principio de la libertad y de la personalidad por un lado, de la fidelidad y del honor por el otro. El Ario tiene el placer por la independencia y por la diferencia, tiene una repugnancia por todo tipo de promiscuidad; pero ello no le impide obedecer virilmente, de reconocer a un jefe, de tener el orgullo de servirlo según un lazo libremente establecido, guerrero, irreductible al interés, a todo lo que se puede vender y comprar y, en general, reducir a los valores del oro. Bhakti, decían los arios de la India; fides, decían los Romanos, fides se repetía en la Edad Media; Trust, Treue, serán las consignas del régimen feudal. Si en las mismas comunidades religiosas mithraicas el principio de la fraternidad se resentía sobre todo de una solidaridad viril de soldados comprometidos en una única empresa (miles era el nombre de un grado de la iniciación mithraica), ya los Arios de la antigua Persia hasta la época de Alejandro conocían la facultad de consagrar no solamente a las personas y a sus acciones, sino por sus mismos pensamientos, a sus Jefes, concebidos como seres trascendentes. No una violencia, sino al mismo tiempo una fidelidad espiritual -dharma y bakhti— fundaba entre los Arios de la India el mismo régimen de las castas en su jerarquía. El gesto grave y austero, carente de misticismo, desconfiado hacia cualquier abandono del alma, lo cual fue lo propio de las relaciones entre el civis y el pater romano y sus divinidades, tiene los mismos rasgos del antiguo ritual dorio-aqueo y de la tenida “regia” y dominadora de los brâhmana o “casta solar” del primer período védico y de los atharvan mazdeos. En su conjunto se trata de un clasicismo del dominio y de la acción, de un amor por la claridad, por la diferencia y por la personalidad, de un ideal “olímpico” de la divinidad y de la suprahumanidad heroica, junto a un ethos de la fidelidad y del honor, aquello que caracteriza al espíritu ario.


Con esto, si bien sumariamente, el punto fundamental de referencia se encuentra dado. Se trata de tener presentes los lineamientos de una antítesis ideal que nos sirva como hilo conductor entre todo lo que la realidad histórica y la situación de conjunto de las diferentes civilizaciones nos muestran en estado de mezcla: puesto que sería absurdo, para tiempos que no sean absolutamente primordiales, querer volver a hallar en algún lugar el elemento ario o el semítico en estado absolutamente puro.

Por contraposición y para entender más claramente sus significados, ¿Qué es lo que caracteriza a la espiritualidad de las culturas semíticas en general? La destrucción de la síntesis aria entre espiritualidad y virilidad. Entre los Semitas tenemos por un lado una afirmación crudamente material y sensualista, o bien ruda y ferozmente guerrera (Asiria) del principio viril: por el otro, una espiritualidad desvirilizada, una relación “lunar” y prevalecientemente sacerdotal con respecto a lo divino, el pathos de la culpa y de la expiación, todo un romanticismo impuro y desordenado, y, al lado de ello, casi como una evasión, un contemplativismo de base naturalista-matemática.

Precisemos algún punto. También en la antigüedad más remota, mientras que los Arios (así como los mismos Egipcios, cuya primera civilización debe considerarse como de origen “occidental”) tenían respecto de sus reyes el concepto de “pares de los dioses”, ya en Caldea en cambio el rey no valía sino como un vicario -patêsi- de los dioses, concebidos como entes diferentes de él (Maspero). Hay algo más característico aun para esta desviación semítica del nivel de una espiritualidad viril: la humillación anual de los reyes en Babilonia. El rey, vestido como un esclavo o como un prisionero, confesaba sus culpas y sólo cuando, golpeado por un sacerdote que representaba al dios, le brotaban las lágrimas de los ojos, era confirmado en su cargo y podía revestir las insignias reales. En realidad, así como el sentimiento de la “culpa” y del “pecado” (casi totalmente desconocido entre los Arios) es propio de la naturaleza del Semita y se refleja de manera característica en el Antiguo Testamento, de la misma manera es también característico entre los pueblos semitas en general, estrechamente vinculado a tipos de civilización matriarcal (Pettazzoni) y en cambio extraño a las sociedades arias regidas por el principio paterno, el pathos de la “confesión de los pecados” y de su redención. Es ya el “complejo” (en sentido psicoanalítico) de la “mala conciencia”, el cual usurpa el valor “religioso” y altera la calma pureza y la superioridad “olímpica” del ideal aristocrático ario.

En las civilizaciones semítico-siríacas y en la asiria es característico el predominio de divinidades femeninas, de diosas, lunares o telúricas, de la Vida, muchas veces dadas en los rasgos impuros de heteras. A su vez, los dioses, con los cuales ellas se acoplan como amantes, carecen totalmente de los rasgos sobrenaturales de las grandes divinidades arias de la luz y del día. Muchas veces se trata de naturalezas subordinadas, ante la imagen de la Mujer o Madre divina. Ellos o son dioses “en pasión” que sufren y que mueren y resurgen, o son divinidades feroces y guerreras, hipóstasis de la fuerza muscular y salvaje o de la virilidad fálica. En la antigua Caldea las ciencias sacerdotales, en especial las astronómicas, son el exponente justamente de un espíritu lunar-matemático, de un contemplativismo abstracto y en el fondo fatalista, escindido de cualquier interés por la afirmación heroica y sobrenatural de la personalidad. Un residuo de este componente del espíritu semita intelectualizado, actuará entre los mismos Judíos de épocas más recientes: desde un Maimónides y un Spinoza hasta los matemáticos modernos judíos (por ejemplo, Einstein y, entre nosotros, Levi-Civita y Enriques), nosotros hallamos una pasión característica por el pensamiento abstracto y por la ley natural dada en un ámbito de números sin vida. Y ésta, en el fondo, puede considerarse como la mejor parte de la antigua herencia semítica.

Por supuesto que aquí, para no aparecer unilaterales, deberíamos desarrollar consideraciones mucho más vastas de lo que nos consiente el espacio del que disponemos. Mencionaremos tan sólo que los elementos negativos aquí mencionados se pueden volver a encontrar, además que entre los Semitas, también en otras grandes civilizaciones originariamente


Autor: Julius Evola

Fuente: http://www.libreria-argentina.com.ar/libros/julius-evola-doctrina-y-etica-aria.html